De Preguntas Que No Tengan Jamás Respuestas.

Me preguntaba el otro día, a propósito de la esperada sentencia sobre el juicio del atentado terrorista sufrido, el 11 de marzo del 2004 en varias estaciones y trenes de cercanías en Madrid, por tantos seres humanos. Atentado que costo la vida de casi dos centenares de seres humanos, de todos los tipos y colores (192 información judicial oficial). Que dejo una estela de heridos que se cuentan por cientos y cientos, (1.824 información judicial oficial). Más si consideramos las heridas psíquicas, más difíciles de sanar, eterno dolor que se puede arrastrar hasta la propia tumba. No sé a cuantos heridos del alma podríamos llegar.

Me preguntaba el otro día, a propósito de las nacionalidades, a propósito de la infancia en oriente medio, a propósito de la cuna de procedencia de todos esos humanos que embriagados por un fanatismo religioso pierden cualquier amor a la vida. Sobre las bombas caídas en los países, sobre el control de pozos petrolíferos para alimentar la maquinaria industrial de occidente, sobre a quienes conviene que se pierda el amor a la vida, sobre a quienes hacemos el juego al volvernos intransigentes y ciegos frente a una creencia única, sobre las cegueras de oriente y occidente, sobre la religión, sobre como se vive bajo un constante bombardeo. Sobre a que se juega en una ciudad en ruinas cuando se es niño.

Me preguntaba el otro día, a propósito de algunas declaraciones de políticos inescrupulosos con el dolor humano, zombies sin capacidad de compasión más allá de sus instrumentalizadas fronteras familiares, incapaces de sentir la población humana como congéneres iguales a uno mismo. Delirantes egocéntricos que cuando escuchan, piensan su respuesta. Seres humanos que en la lucha por el poder se extraviaron y no volvieron, piensan que todo lo que hacen lo hacen por un bien superior, sin ver que todo lo que hacen es lo que los define, que todo lo que hacemos es lo que vale. El delirio es igual a la ceguera de nuestro hacer.

Me preguntaba el otro día, a propósito de una mujer polaca que a poco tiempo de llegar a buscar mejor vida a Madrid con su pequeña familia, en el tren camino al trabajo perdió a su hija y a su marido en cuestiones de segundos, que al despertar de su estado de dolorosa inconsciencia recibió la noticia. Me preguntaba el otro día qué hace un humano después de todo esto, cómo se levanta y vuelve a vivir, cómo recobra la esperanza, cómo vuelve a sonreír sin amargura… ¿Vuelve un humano a sonreír sin amargura?... ¿vuelve un humano a vivir?..

Me preguntaba el otro día si era posible que nos preguntáramos las cosas que nos tocan vivir, preguntarnos con libertad y sin miedo, buscando comprensión a las cosas, para no equivocarnos. Buscando y buscando por el placer de buscar, que en el buscar se avanza y no cuando se encuentra. Me preguntaba cuantos tipos de creencias nublan la conciencia para que no podamos reflexionar y soltar las certezas que ciegan al que cree que sabe. Sobre cuánto tememos no coincidir que preferimos “no pensar”. Me preguntaba si como sociedad nos preguntábamos, me preguntaba si como sociedad siquiera conversábamos.

*Pintura a comienzo de texto: "La Edad de la Ira" Guayasamín. 1963.