miércoles, junio 27, 2012

Elogio de la Impuntualidad


La Calle del Medio


Todos los italianos, de derechas o de izquierdas, reconocen por igual el gran logro de Mussolini: la puntualidad de los trenes en Italia. Y Adolf Eichmann, el gestor nazi de las deportaciones a los lager, siempre se vanaglorió de que sus trenes cargados de judíos eran los más puntuales del Tercer Reich.

Pues bien, hace unos días leía una noticia en torno a las medidas de las compañías ferroviarias en España para reducir los a veces inevitables retrasos que se producen durante los recorridos. El esfuerzo por la puntualidad es un esfuerzo por eliminar o al menos reducir la “contingencia”, por combatir desde la razón contable todos los factores inesperados que no se someten a ella: el esfuerzo, por tanto, para lograr que los ferrocarriles se desplacen en un espacio vacío, sin resistencias, casi sin atmósfera o al menos sin naturaleza. Ferrocarrils, la empresa de la Generalitat de Catalunya, se muestra muy orgullosa de su gestión, pues registra una puntualidad del 99,59%. Al azar o al error no le dejan ya, por tanto, sino un estrechísimo margen del 0,41%, contra el que, en todo caso, la dirección de la compañía ha decidido intervenir con energía. 

¿Cuáles son las contingencias que se ocultan bajo este mínimo porcentaje estadístico del 0,41%? Entre otros, el suicidio. En los últimos cinco años, en efecto, 20 personas han decidido poner fin a su vida utilizando a este propósito las vías de los ferrocarriles catalanes. Naturalmente la voluntad de los suicidas no es la de provocar retrasos y naturalmente Ferrocarrils no puede -o no puede todavía- impedir este uso irregular, abusivo y gratuito de sus servicios, ni reclamar ninguna indemnización a los infractores. Pero puede acelerar los trámites administrativos, hasta ahora lentos y exigentes, para retirar los cadáveres y abreviar los tiempos de espera y, en consecuencia, la extensión del incumplimiento horario. Con este objetivo, el presidente de Ferrocarrils acaba de alcanzar un acuerdo con el gobierno de Catalunya y el Tribunal Superior de Justicia para que la policía local pueda retirar el obstáculo sin necesidad de una autorización judicial: de esta manera, los 40 minutos de media que hasta ahora requería la operación se verán reducidos a poquísimos minutos, como el cambio de ruedas en el box de un circuito de Fórmula-1. “Nosotros nos tenemos que preocupar de los vivos”, ha declarado tajante y responsable Puig y Ticó, el presidente de la empresa. 
 
RENFE, la compañía estatal, celosa de su homóloga catalana, está tratando de alcanzar un acuerdo semejante a nivel nacional. En toda España, el número de atropellos en los últimos cinco años se eleva a 264, con un balance de 214 muertos y 50 heridos. El caso de RENFE es además particularmente trágico, pues la operación de levantamiento de los cadáveres en sus líneas consume más de 2 horas de media, con el consiguiente perjuicio económico y de prestigio para la empresa. La búsqueda responsable de la máxima puntualidad exige, por tanto, una lucha permanente, si no contra los suicidas, sí contra sus cadáveres, concebidos como puros obstáculos en un espacio que debería estar vacío. Hasta ahora los jueces, “poco sensibles” (según la lógica empresarial), se empeñaban en considerar estos cuerpos diferentes de las piedras o los perros; a partir de estos acuerdos, ninguna consideración filosófica podrá introducir distinciones que entorpezcan o retrasen la normal marcha de los trenes hacia su destino final. 
 
Así concebida, como puro cálculo contable en un espacio vacío, la puntualidad adquiere, sí, una dimensión muy mussoliniana. Por un lado, la pretensión fáustica de que es posible administrar la “contingencia”, condición misma de la actividad racional, se convierte en lo que los griegos llamaban hybris (el exceso sacrílego mediante el cual un hombre se mide con los dioses) cuando se propone reducir a cero la intervención contaminante del azar en un mundo que, no lo olvidemos, es él mismo fruto del azar. Pero al mismo tiempo, esta pretensión sacrílega de eliminar toda contingencia obliga precisamente a considerar la humanidad misma como una pura contingencia cuya potencial impuntualidad, siempre imprevisible, habría que vigilar y reprimir. No es verdad que la compañía ferroviaria “tenga que preocuparse sólo de los vivos”; si se preocupara de verdad de los vivos, se preocuparía de los padres, los novios o los hermanos del suicida. Lo que a Ferrocarrils le preocupa son los clientes, y el hecho de que esos clientes estén vivos y además viajen en el tren es un dato tan irrelevante para la gestión empresarial como el dolor que lleva al suicida a arrojarse al paso de una locomotora. Cuando la puntualidad acaba por convertirse en una lucha abstracta contra el tiempo -que pretende robarnos dinero-, tan indiferente es lo que transporten los trenes (pasajeros, ganado o judíos) como indiferente es lo que obstaculice su camino: se trate de lo que se trate, hay que retirarlo de la vía.

A una compañía ferroviaria hay que exigirle puntualidad y los ciudadanos deben poder reclamar además en caso de demora. Pero cuando una compañía ferroviaria considera que su misión no es satisfacer las necesidades humanas de desplazamiento en el espacio sino la de “luchar contra la contingencia” y vencer al tiempo con todos sus obstáculos, incluidos esos coágulos vivos que llamamos cuerpos, esa compañía ferroviaria, en su impulso y espíritu, se distingue muy poco de una ideología totalitaria. El capitalismo es una ideología totalitaria. Como Jerjes, como Che-Huan-Ti, como Hitler, pasa por encima de todo aquello -montañas, dioses, hombres- que no sirve de manera directa al despliegue de su plan imperial.

Tenemos necesidad de que los trenes lleguen puntuales. Pero tenemos mucha más necesidad de que los trenes no se muevan en un espacio vacío; de que todos las instituciones -incluso las que implican una mayor inversión de cálculo contable o de racionalidad tecnológica- reconozcan la existencia y precedencia de un mundo impuntual en el que la contingencia es inevitable y no siempre es un mal. Me he pasado todo el año -como todos los años- esperando el florecimiento de las jacarandás; este año ha llegado con retraso y mi impaciencia, que no ha dejado de hervir en todas direcciones, se ha visto recompensada de pronto por una sorpresa morada y frondosa. Hay tres cosas que seguirán siendo siempre impuntuales: las flores, los enamorados y la muerte. Un tren que pase por encima de esas tres cosas es un tren que no sólo no debemos tomar sino que debemos a toda costa hacer descarrilar. 
 
Que habrá que descarrilar, como dice Silvio, “por un manotazo del pueblo” para que “un hombre se vea con una mujer”.

domingo, junio 10, 2012

Homenaje a Pinochet y a los más bajo de la condición humana.


Mujer, menor de edad, detenida en septiembre de 1973. Relato de su reclusión en
el Regimiento de Ingenieros de Tejas Verdes, V Región: Me condujeron a una sala, al entrar sentí mucho olor a sangre [...] escuchaba individuos que hablaban bajo, uno de ellos me desató las manos y me ordenó que me desnudara, les dije que por favor no lo hicieran, pero luego en forma violenta me desvistieron, dejándome sólo la capucha puesta, me pusieron en una especie de camilla amarrada de manos y pies con las piernas abiertas, sentí una luz muy potente que casi me quemaba la piel. Escuché que estos individuos se reían, luego un hombre comenzó a darme pequeños golpes con su pene sobre mi cuerpo, me preguntó de que porte me gustaba, otro hombre escribía cosas sobre mi cuerpo con un lápiz de pasta. Luego vino el interrogatorio [...] en seguida ordenó que me pusieran  corriente en los senos, vagina y rodillas [...]. Luego de las descargas pararon un rato, mientras sentía que hablaban entre ellos. Nuevamente retomaron el interrogatorio, esta vez me dijeron que me habían conectado a la máquina de la verdad [...] por cada respuesta que daba sonaba un pito de esta máquina, por cuanto me decían que yo estaba mintiendo [...] el pito de ese aparato se transformó en un infierno [...] vinieron nuevamente los golpes y las descargas eléctricas, cuando casi estaba inconsciente me levantaron la capucha hasta la nariz, me pusieron un vaso en la boca haciéndome ingerir un líquido, no supe qué pasó conmigo hasta el día siguiente que me devolvieron al campo de prisioneros. En el campo fui recibida por el suboficial [...] el que al verme comentó que si se diera vuelta la tortilla no querría que esto le pasara a su hija, le pregunté qué me había pasado, pero enseguida llamó a las enfermeras militares [...] sentía dolor en la vagina y en todo mi cuerpo [...] estaba muy deteriorada sin poder defecar [...].

Hombre, detenido en octubre de 1973. Relato de su reclusión en la Casa de la
Cultura de Barrancas, a cargo de un batallón del Regimiento Yungay de San Felipe,Región Metropolitana: En un instante sentí que las yemas de mis dedos me ardían,me estaban clavando con agujas [...] encendió un potente foco de mercurio a unos dos metros de mi cara. Los gritos del subteniente se empezaron a alejar, mi rostro ardía, en mi desesperación me pasé la mano por la frente y parte de la cara. El capitán golpeó la mesa que me separaba de él y me dijo que si me pasaba la mano por la cara me iba a quedar marcada para siempre. Había sido muy tardía la advertencia porquemi rostro quedó quemado y con marcas que llevo hasta hoy.

Estos son solo dos casos del Informe Valech sobre prisión política y tortura en la dictadura de Pinochet.



lunes, mayo 28, 2012

Los Hijos




Por Eduardo Galeano

Hace once años, en Montevideo, yo estaba esperando a Florencia en la puerta de la casa. Ella era muy chica; caminaba como un osito. Yo la veía poco. Me quedaba en el diario hasta cualquier hora y por las mañanas trabajaba en la Universidad. Poco sabía de ella. La besaba dormida, a veces le llevaba chocolatines o juguetes.

La madre no estaba aquella tarde, y yo esperaba en la puerta de la casa el ómnibus que traía a Florencia de la jardinería.

Llegó muy triste. No hablaba. En el ascensor hacía pucheros. Después dejó que la leche se enfriara en el tazón. Miraba el piso.
La senté en mis rodillas y le pedí que me contara. Ella negó con la cabeza. La acaricié, la besé en la frente. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné. Entonces volví a pedirle:

- Andá, decime.

Me contó que su mejor amiga le había dicho que no la quería.
Lloramos juntos, no sé cuánto tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla.
Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservado.

Días y noches de amor y de guerra

domingo, mayo 27, 2012

Plutonomía y precariado: el declive de la economía estadounidense


TomDispatch


El movimiento “Ocupemos” ha experimentado un desarrollo estimulante. Hasta donde mi memoria alcanza, no ha habido nunca nada parecido. Si consigue reforzar sus lazos y las asociaciones que se han creado en estos meses a lo largo del oscuro periodo que se avecina –no habrá victoria rápida– podría protagonizar un momento decisivo en la historia de los Estados Unidos.
La singularidad de este movimiento no debería sorprender. Después de todo, vivimos una época inédita, que arranca en 1970 y que ha supuesto un auténtico punto de inflexión en la historia de los Estados Unidos. Durante siglos, desde sus inicios como país, fueron una sociedad en desarrollo. Que no lo fueran siempre en la dirección correcta es otra historia. Pero en términos generales, el progreso supuso riqueza, industrialización, desarrollo y esperanza. Existía una expectativa más o menos amplia de que esto seguiría siendo así. Y lo fue, incluso en los tiempos más oscuros.
Tengo edad suficiente para recordar la Gran Depresión. A mediados de los años 30, la situación era objetivamente más dura que la actual. El ánimo, sin embargo, era otro. Había una sensación generalizada de que saldríamos adelante. Incluso la gente sin empleo, entre los que se contaban algunos parientes míos, pensaba que las cosas mejorarían. Existía un movimiento sindical militante, especialmente en el ámbito del Congreso de Organizaciones Industriales. Y se comenzaban a producir huelgas con ocupación de fábricas que aterrorizaban al mundo empresarial –basta consultar la prensa de la época-. Una ocupación, de hecho, es el paso previo a la autogestión de las empresas. Un tema, dicho sea de paso, que está bastante presente en la agenda actual. También la legislación del New Dealcomenzaba a ver la luz a resultas de la presión popular. A pesar de que los tiempos eran duros, había una sensación, como señalaba antes, de que se acabaría por “salir de la crisis”.
Hoy las cosas son diferentes. Entre buena parte de la población de los Estados Unidos reina una marcada falta de esperanza que a veces se convierte en desesperación. Diría que esta realidad es bastante nueva en la historia norteamericana. Y tiene, desde luego, una base objetiva.
La clase trabajadora
En los años 30’ del siglo pasado los trabajadores desempleados podían pensar que recuperarían sus puestos de trabajo. Actualmente, con un nivel de paro similar al existente durante la Depresión, es improbable, si la tendencia persiste, que un trabajador manufacturero vaya a recuperar el suyo. El cambio tuvo lugar hacia 1970 y obedece a muchas razones. Un factor clave, bien analizado por el historiador económico Robert Brenner, fue la caída del beneficio en el sector manufacturero. Pero también hubo otros. La reversión, por ejemplo, de varios siglos de industrialización y desarrollo. Por supuesto, la producción de manufacturas continuó del otro lado del océano, pero en perjuicio, y no en beneficio, de las personas trabajadoras. Junto a estos cambios, se produjo un desplazamiento significativo de la economía del ámbito productivo –de cosas que la gente necesitara o pudiera usar- al de la manipulación financiera. Fue entonces, en efecto, cuando la financiarización de la economía comenzó a extenderse.
Los bancos
Antes de 1970, los bancos eran bancos. Hacían lo que se espera que un banco haga en una economía capitalista: tomar fondos no utilizados de una cuenta bancaria, por ejemplo, y darles una finalidad potencialmente útil como ayudar a una familia a que se compre una casa o a que envíe a su hijo a la escuela. Esto cambió de forma dramática en los setenta. Hasta entonces, y desde la Gran Depresión, no había habido crisis financieras. Los años cincuenta y sesenta fueron un periodo de gran crecimiento, el más alto en la historia de los Estados Unidos y posiblemente en la historia económica. Y fue igualitario. Al quintil más bajo de la sociedad le fue tan bien como al más alto. Mucha gente accedió a formas de vida más razonables –de “clase media”, como se llamó aquí, de “clase trabajadora”, en otros países–. Los sesenta, por su parte, aceleraron el proceso. Tras una década un tanto sombría, el activismo de aquellos años civilizó el país de forma muchas veces duradera. Con la llegada de los setenta, se produjeron una serie de cambios abruptos y profundos: desindustrialización, deslocalización de la producción y un mayor protagonismo de las instituciones financieras, que crecieron enormemente. Yo diría que entre los años cincuenta y sesenta se produjo un fuerte desarrollo de lo que décadas después se conocería como economía de alta tecnología: computadores, Internet y revolución de las tecnologías de la información, que se desarrollaron sustancialmente en el sector estatal. Estos cambios generaron un círculo vicioso. Condujeron a una creciente concentración de riqueza en manos del sector financiero, pero no beneficiaron a la economía (más bien la perjudicaron, al igual que a la sociedad).
Política y dinero
La concentración de riqueza trajo consigo una mayor concentración de poder político. Y la concentración de poder político dio lugar a una legislación que intensificaría y aceleraría el ciclo. Esta legislación, bipartidista en lo esencial, comportó la introducción de nuevas políticas fiscales, así como de medidas desreguladoras del gobierno de las empresas. Junto a este proceso, se produjo un aumento importante del coste de las elecciones, lo que hundió aún más a los partidos políticos en los bolsillos del sector empresarial.
Los partidos, en realidad, comenzaron a degradarse por diferentes vías. Si una persona aspiraba a un puesto en el Congreso, como la presidencia de una comisión, lo normal era que lo obtuviera a partir de su experiencia y capacidad personal. En solo un par de años, tuvieron que comenzar a contribuir a los fondos del partido para lograrlo, un tema bien estudiado por gente como Tom Ferguson. Esto, como decía, aumentó la dependencia de los partidos del sector empresarial (y sobre todo, del sector financiero).
Este ciclo acabó con una tremenda concentración de riqueza, básicamente en manos del primer uno por ciento de la población. Mientras tanto, se abrió un período de estancamiento e incluso de decadencia para la mayoría de la gente. Algunos salieron adelante, pero a través de medios artificiales como la extensión de la jornada de trabajo, el recurso al crédito y al sobreendeudamiento o la apuesta por inversiones especulativas como las que condujeron a la reciente burbuja inmobiliaria. Muy pronto, la jornada laboral acabó por ser más larga en Estados Unidos que en países industrializados como Japón o que otros en Europa. Lo que se produjo, en definitiva, fue un período de estancamiento y de declive para la mayoría unido a una aguda concentración de riqueza. El sistema político comenzó así a disolverse.
Siempre ha existido una brecha entre la política institucional y la voluntad popular. Ahora, sin embargo, ha crecido de manera astronómica. Constatarlo no es difícil. Basta ver lo que está ocurriendo con el gran tema que ocupa a Washington: el déficit. El gran público, con razón, piensa que el déficit no es la cuestión principal. Y en verdad no lo es. La cuestión importante es la falta de empleo. Hay una comisión sobre el déficit pero no una sobre el desempleo. Por lo que respecta al déficit, el gran público tiene su posición. Las encuestas lo atestiguan. De forma clara, la gente apoya una mayor presión fiscal sobre los ricos, la reversión de la tendencia regresiva de estos años y la preservación de ciertas prestaciones sociales. Las conclusiones de la comisión sobre el déficit seguramente dirán lo contrario. El movimiento de ocupación podría proporcionar una base material para tratar de neutralizar este puñal que apunta al corazón del país.
Plutonomía y precariado
Para el grueso de la población –el 99%, según el movimiento Ocupemos– estos tiempos han sido especialmente duros, y la situación podría ir a peor. Podríamos asistir, de hecho, a un período de declive irreversible. Para el 1% -e incluso menos, el 0,1%- todo va bien. Son más ricos que nunca, más poderosos que nunca y controlan el sistema político, de espaldas a la mayoría. Si nada se lo impide, ¿por qué no continuar así?
Tomemos el caso de Citigroup. Durante décadas, ha sido uno de los bancos de inversión más corruptos. Sin embargo, ha sido rescatado una y otra vez con dinero de los contribuyentes. Primero con Reagan y ahora nuevamente. No incidiré aquí en el tema de la corrupción, pero es bastante alucinante. En 2005, Citigroup sacó unos folletos para inversores bajo el título: “Plutonomía: comprar lujo, explicar los desequilibrios globales”. Los folletos animaban a los inversores a colocar dinero en un “índice de plutonomía”. “El mundo –anunciaban- se está dividiendo en dos bloques: la plutonomía y el resto”.
La noción de plutonomía apela a los ricos, a los que compran bienes de lujo y todo lo que esto conlleva. Los folletos sugerían que la inclusión en el “índice de plutonomía” contribuiría a mejorar los rendimientos de los mercados financieros. El resto bien podía fastidiarse. No importaba. En realidad, no eran necesarios. Estaban allí para sostener a un Estado poderoso, que rescataría a los ricos en caso de que se metieran en problemas. Ahora, estos sectores suelen denominarse “precariado” –gente que vive una existencia precaria en la periferia de la sociedad–. Solo que cada vez es menos periférica. Se está volviendo una parte sustancial de la sociedad norteamericana y del mundo. Y los ricos no lo ven tan mal.
Por ejemplo, el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, llegó a ir al Congreso, durante la gestión de Clinton, a explicar las maravillas del gran modelo económico que tenía el honor de supervisar. Fue poco antes del estallido del crack en el que tuvo una responsabilidad clarísima. Todavía se le llamaba “San Alan” y los economistas profesionales no dudaban en describirlo como uno de los más grandes. Dijo que gran parte del éxito económico tenía que ver con la “creciente inseguridad laboral”. Si los trabajadores carecen de seguridad, si forman parte del precariado, si viven vidas precarias, renunciarán a sus demandas. No intentarán conseguir mejores salarios o mejores prestaciones. Resultarán superfluos y será fácil librarse de ellos. Esto es lo que, técnicamente hablando, Greenspan llamaba una economía “saludable”. Y era elogiado y enormemente admirado por ello.
La cosa, pues, está así: el mundo se está dividiendo en plutonomía y precariado –el 1 y el 99 por ciento, en la imagen propagada por el movimiento Ocupemos. No se trata de números exactos, pero la imagen es correcta. Ahora, es la plutonomía quien tiene la iniciativa y podría seguir siendo así. Si ocurre, la regresión histórica que comenzó en los años setenta del siglo pasado podría resultar irreversible. Todo indica que vamos en esa dirección. El movimiento Ocupemos es la primera y más grande reacción popular a esta ofensiva. Podría neutralizarla. Pero para ello es menester asumir que la lucha será larga y difícil. No se obtendrán victorias de la noche a la mañana. Hace falta crear estructuras nuevas, sostenibles, que ayuden a atravesar estos tiempos difíciles y a obtener triunfos mayores. Hay un sinnúmero de cosas, de hecho, que podrían hacerse.
Hacia un movimiento de ocupación de los trabajadores
Ya lo mencioné antes. En los años treinta del siglo pasado, las huelgas con ocupación de los lugares de trabajo eran unas de las acciones más efectivas del movimiento obrero. La razón era sencilla: se trataba del paso previo a la toma de las fábricas. En los años setenta, cuando el nuevo clima de contrarreforma comenzaba a instalarse, todavía pasaban cosas importantes. En 1977, por ejemplo, la empresa US Steel decidió cerrar una de sus sucursales en Youngstown, Ohio. En lugar de marcharse, simplemente, los trabajadores y la comunidad se propusieron unirse y comprarla a los propietarios para luego convertirla en una empresa autogestionada. No ganaron. Pero de haber conseguido el suficiente apoyo popular, probablemente lo habrían hecho. Gar Alperovitz y Staufhton Lynd, los abogados de los trabajadores, han analizado con detalle esta cuestión. Se trató, en suma, de una victoria parcial. Perdieron, pero generaron otras iniciativas. Esto explica que hoy, a lo largo de Ohio y de muchos otros sitios, hayan surgido cientos, quizás miles de empresas de propiedad comunitaria, no siempre pequeñas, que podrían convertirse en autogestionadas. Y esta sí es una buena base para una revolución real.
Algo similar pasó en la periferia de Boston hace aproximadamente un año. Una multinacional decidió cerrar una instalación rentable que producía manufacturas con alta tecnología. Evidentemente, para ellos no era lo suficientemente rentable. Los trabajadores y los sindicatos ofrecieron comprarla y gestionarla por sí mismos. La multinacional se negó, probablemente por consciencia de clase. Creo que no les hace ninguna gracia que este tipo de cosas pueda ocurrir. Si hubiera habido suficiente apoyo popular, algo similar al actual movimiento de ocupación de las calles, posiblemente habrían tenido éxito.
Y no es el único proceso de este tipo que está teniendo lugar. De hecho, se han producido algunos con una entidad mayor. No hace mucho, el presidente Barack Obama tomó el control estatal de la industria automotriz, la propiedad de la cual estaba básicamente en manos de una miríada de accionistas. Tenía varias posibilidades. Pero escogió esta: reflotarla con el objetivo de devolverla a sus dueños, o a un tipo similar de propiedad que mantuviera su estatus tradicional. Otra posibilidad era entregarla a los trabajadores, estableciendo las bases de un sistema industrial autogestionado que produjera cosas necesarias para la gente. Son muchas, de hecho, las cosas que necesitamos. Todos saben o deberían saber que los Estados Unidos tienen un enorme atraso en materia de transporte de alta velocidad. Es una cuestión seria, que no sólo afecta la manera en que la gente vive, sino también la economía. Tengo una historia personal al respecto. Hace unos meses, tuve que dar un par de charlas en Francia. Había que tomar un tren desde Avignon, al sur, hasta el aeropuerto Charles de Gaulle, en París. La distancia es la misma que hay entre Washington DC y Boston. Tardé dos horas. No sé si han tomado el tren que va de Washington a Boston. Opera a la misma velocidad que hace sesenta años, cuando mi mujer y yo nos subimos por primera vez. Es un escándalo.
Nada impide hacer en los Estados Unidos lo que se hace en Europa. Existe la capacidad y una fuerza de trabajo cualificada. Haría falta algo más de apoyo popular, pero el impacto en la economía sería notable. El asunto, sin embargo, es aún más surrealista. Al tiempo que desechaba esta opción, la administración Obama envió a su secretario de transportes a España para conseguir contratos en materia de trenes de alta velocidad. Esto se podría haber hecho en el cinturón industrial del norte de los Estados Unidos, pero ha sido desmantelado. No son, pues, razones económicas las que impiden desarrollar un sistema ferroviario robusto. Son razones de clase, que reflejan la debilidad de la movilización popular.
Cambio climático y armas nucleares  
Hasta aquí me he limitado a las cuestiones domésticas, pero hay dos desarrollos peligrosos en el ámbito internacional, una suerte de sombra que planea sobre todo lo el análisis. Por primera vez en la historia de la humanidad, hay amenazas reales a la supervivencia digna de las especies.
Una de ellas nos ha estado rondando desde 1945. Es una especie de milagro que la hayamos sorteado. Es la amenaza de la guerra nuclear, de las armas nucleares. Aunque no se habla mucho de ello, esta amenaza no ha dejado de crecer con el gobierno actual y sus aliados. Y hay que hacer algo antes de que estemos en problemas serios.
La otra amenaza, por supuesto, es la catástrofe ambiental. Prácticamente todos los países en el mundo están tratando de hacer algo al respecto, aunque sea de manera vacilante. Los Estados Unidos también, pero para acelerar la amenaza. Son el único país de los grandes que no ha hecho nada constructivo para proteger el medio ambiente, que ni siquiera se ha subido al tren. Es más, en cierta medida, lo están empujando hacia atrás. Todo esto está ligado a la existencia de un gigantesco sistema de propaganda que el mundo de los negocios despliega con orgullo y desfachatez con el objetivo de convencer a la gente de que el cambio climático es una patraña de los progres “¿Por qué hacer caso a estos científicos?”.
Estamos viviendo una auténtica regresión a tiempos muy oscuros. Y no lo digo en broma. De hecho, si se piensa que esto está pasando en el país más poderoso y rico de la historia, la catástrofe parece inevitable. En una generación o dos, cualquier otra cosa de la que hablemos carecerá de importancia. Hay que hacer algo, pues, y hacerlo pronto, con dedicación y de manera sostenible. No será sencillo. Habrá, por descontado, obstáculos, dificultades, fracasos. Es más: si el espíritu surgido el año pasado, aquí y en otros rincones del mundo, no crece y consigue convertirse en una fuerza de peso en el mundo social y político, las posibilidades de un futuro digno no serán muy grandes.
Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. 
Fuente:http://www.tomdispatch.com/post/175539/tomgram%3A_noam_chomsky%2C_a_rebellious_world_or_a_new_dark_age/#more
Traducción para www.sinpermiso.info: Gerardo Pisarello 

jueves, marzo 15, 2012

viernes, febrero 03, 2012

El Verdadero "Hombre del Año"

Santiago Alba Rico
La Calle del Medio


Uno de los productos que quintaesencia el “espíritu estadounidense” es sin duda la conocida revista Time. Fundada en 1923 por Britton Hadden, “el joven más rico del mundo”, refleja e impone desde entonces el molde de una sociedad muy contagiosa que combina el populismo consumista con el individualismo más belicoso y el patriotismo más pedestre. Como es sabido, en el mes de diciembre Time elige “el hombre del año” -que a veces puede ser también una mujer- para honrar así a la personalidad más destacada, la más influyente, la más nombrada, durante el curso recién terminado. No es que la elección no responda a criterios ideológicos determinados; es que, en todo caso, la ideología subyacente tiene que ver con un modelo contable y deportivo -el del capitalismo- que celebra siempre, indiferente al contenido, las grandes cifras, los grandes momentos, los grandes gestos. Time se inclina ante la “notoriedad” en su sentido más estricto: ante los que se hacen notar. Adora a los “monstruos”: es decir, a los que más se “muestran” en público. Su esperada portada anual festeja el mundo tal y como es, generalizando entre los lectores la felicidad de formar parte de una humanidad que pugna, por distintas vías y con distintos medios, por merecer la atención del Time.
Cualquiera puede ser “hombre del año” de Time. ¿Asesinos? Lo fueron Hitler, Stalin y George Bush. ¿Millonarios? Lo fue Bill Gates. ¿Fabricantes de miseria? Lo fue Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de los EEUU. ¿Todos? En 2006 lo fuiste TÚ, el “you” genérico con el que la publicidad comercial suele interpelar a sus clientes (“por qué tú lo vales”, “siempre pensando en ti”, “nuestro centro eres tú”). Con arreglo a este criterio, podríamos elegir también los personajes más “notorios” de la historia: en el siglo I, la duda estaría entre Cristo y Nerón; en el V la palma se la llevaría Atila, azote del Imperio Romano; en el XIV la peste negra que asoló Europa; en el XVI, los Reyes Católicos, fusta de indígenas, se impondrían por unos pocos votos a Fray Bartolomé de Las Casas, defensor de indígenas; en el siglo XVIII se premiaría ex aequo a María Antonieta y Robespierre; y en el XIX, Napoléon y Marx se disputarían el título con el gran Jack el Destripador. La historia no es lucha de clases sino lucha de celebridades; no es una carnicería sino un escaparate. ¡Qué emocionante y variado es el mundo y qué tranquilidad saber que, pase lo que pase, la fotografía del ganador aparecerá en la portada de la revista Time!

En 2011 “la persona del año” ha sido El Manifestante, representado en la figura andrógina de un indignado universal, étnico, postmoderno y orientalista, molde que recoge, para deformarlo, el malestar profundo de los pueblos del mundo contra una civilización injusta y agonizante. Porque El Manifestante es celebrado como un as del balón, un príncipe filántropo o una actriz pornográfica de mucho glamour. Cuando se denuncian justamente las mentiras, manipulaciones o silencios de los grandes medios de comunicación se suele olvidar este efecto antropológico tranquilizador asociado a los formatos populistas y mercantiles del periodismo hegemónico. Millones de personas se han manifestado en todo el mundo, de Túnez a Wall Street, de Grecia a Wisconsin, para derrocar dictaduras, denunciar a los responsables de la crisis capitalista y, en definitiva, cuestionar el modelo cuyo mascarón de proa es precisamente la revista Time. El Manifestante puede aparecer en su portada porque no ha triunfado en sus demandas; pero sobre todo -y al revés- el Time lo recoge en su portada para despuntar y banalizar su combate. El Manifestante, digamos, sí ha vencido; El Manifestante ha alcanzado su objetivo porque su objetivo no era cambiar el mundo sino alcanzar, en pugna con Benedicto XVI, el Fútbol Club Barcelona o el Ejército de Salvación, la portada de Time. Y el lector de Time se siente así completamente a salvo en su sillón, disfrutando de su café en un mundo construido -como un hipódromo o una pista de carreras- para su seguridad y diversión. Nada tranquiliza más que una mala noticia si nos la da la televisión; nada calma más que una amenaza si es la “persona del año” de la revista Time.

Pero el verdadero personaje del año -el que realmente tranquiliza al lector burgués de Time- está detrás de El Manifestante, como su reverso y su destrucción. De hecho, estoy casi seguro de que el consejo editor de la revista tardó en decidirse y tuvo muchas dudas, como las habría tenido en el siglo I entre Cristo y Nerón. El otro candidato a la portada era, sí, el Policía. Basta un mínimo esfuerzo para verlo a un lado y otro del romántico Manifestante, homenajeado junto a él, cediendo generosamente el protagonismo a su víctima: los policías asesinos en Túnez, Egipto, Siria, Yemen y Bahrein; los policías salvajes que golpearon a los pacíficos muchachos en Plaza de Catalunya de Barcelona; los que abrieron la cabeza a los huelguistas de Atenas; los que detuvieron a porrazos a los ocupantes de Wall Street. ¿El hombre del año? Dos. Enfrentados en las plazas, unidos en portada: el joven manifestante tocado con su kufiya palestina al viento, un ojo morado, la sangre corriéndole por la cabeza, con una sonrisa de satisfacción en los labios -¡portada de Time!-, y a su lado, pasándole el brazo sobre el hombro, el policía acorazado y musculoso que sonríe bajo el casco -¡portada de Time!- mientras esgrime victorioso su escudo, su porra y su pistola.

Los policías y manifestantes que luchaban y siguen luchando en las plazas luchaban en realidad, ahora lo sabemos, por ver cuál de los dos alcanzaba la portada de Time. Como en las plazas suele vencer la policía, porque en las plazas suele vencer la policía, mientras en las plazas suela vencer la policía, Time podrá dar la victoria al Manifestante en su portada.

Cuando la justicia, la libertad, la democracia, la igualdad y el socialismo sean la realidad del año, Time habrá desaparecido.

Una versión más corta de este artículo fue publicada en el número de enero/2012 de la revista asturiana Atlántica XXII: http://www.atlanticaxxii.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.