…“Quiero pedirle una mirada hacia los
Mapuches...hablo de su condición de Mapuches y de chilenos y de como los
derechos de chilenos no los alcanzaban.... Estos habitantes originarios que han
estado alejados de estos derechos, ahora se ven atacados por las
multinacionales que vienen a quitarles sus tierras para construir
industrias…
…y yo le pido que lo que le voy a decir no se
lo diga a ninguna autoridad, pero hace un tiempo fui a Chile y mantuve una
reunión clandestina con una Comunidad de Mapuches, y cuando salí de Chile,
después me enteré que esos Mapuches habían sido detenidos y estaban en la
cárcel...”
Jose
Saramago a Michelle Bachellet en Madrid, año 2006.
Escribiré a borbotones sobre Saramago para sacarme de encima
la extraña sensación, de sentirme como dentro de una novela de su creación, o
como dentro de esa implacable y escalofriante película basada en su libro “Ensayo
sobre la ceguera”. Sentir que vivimos un mundo donde ante una crisis, esos
súbitos momentos no calculados, obligatoriamente en un plano psicológico fracturan,
rasgan, resquebrajan una coraza de rutina que permite nuestro funcionamiento
dentro del gran engranaje económico global, que beneficia a los dueños del
mundo. Una coraza de rutina que nos impermeabiliza del mundo y de los demás,
nos permite el necesario aislamiento para cumplir con nuestros deberes, coraza
necesaria para no reír, para no abrazarse, para no juntarse y luchar por una idea de
justicia, de democracia, de libertad, de tierra, de paz, de techo, de
educación, de salud, de jubilación, de amor.
Es que Saramago se
va y la sensación es que se van los
viejos que necesitábamos para pensar que otro mundo es posible, es que se van
esos viejos que desde la miseria y el desamparo se aferraron a los libros para
poder sobrevivir, en su caso después del taller de cerrajería, después de recibir y
repartir su jornal entre su familia, abandonada la escuela, buscaba la
biblioteca y sus libros como un refugio que nos libra de una vida atrapada y
atada en la búsqueda incesante de la satisfacción de las necesidades básicas. Ejemplo
palpable que demuestran que los libros salvan vidas, que la literatura, la
poesía, el ensayo pueden darnos tanto sentido cuando perdidos, en este manto de
nihilismo, no nos encontramos.
Sacarme la extraña sensación, de sentirme como dentro de una
novela de su creación, donde solamente después de un colapso moral, de una crisis, una crisis que obligatoriamente en un plano
psicológico fractura, rasga, resquebraja una coraza de rutina donde la ley del
más fuerte se impone con toda su crudeza sobre los desarmados. Entre medio, se
observan, por hendiduras, por diminutas grietas de un muro de enorme
indiferencia, destellos de humanidad, de risas, de miradas, de abrazos, de ese cálido
tomar de manos de un ser querido que reconforta la existencia. Saramago nos
desplaza a cuestionar qué sentido tiene vivir sufriendo, qué sentido tiene vivir
compitiendo...
“… ¿Qué es lo que más le importa decir en estos
momentos?
Que hay que cambiar la vida, pero que no la cambiaremos si antes no cambiamos
nosotros de vida. Éste es el problema, todos queremos que el mundo cambie, pero
no cambiamos antes el nuestro. Y ¿cómo esperamos que cambie si nosotros no
hacemos nada por ello?...”
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